El otro día te vi llorar. No sé muy bien la razón por la que lo hacías, ya no toca preguntar. […] Cuando te conocí sonreías demasiado, y a veces tus sonrisas no pasaban de falsas muecas que poblaban tu cara, pero yo te quería igual. Yo solo quería disfrutar de tu “yo” más profundo. Disfrutar de tus quejas porque los mortales se quejan y mucho, y quería ver tu rostro quejoso y molesto aunque solo fuera por una tontería. También quería resolver tus dudas porque todos tenemos dudas, qué digo dudas, lo que no salimos es de ellas, y eso está bien porque duda el que piensa y el que piensa se hace grande poco a poco. También quería que al menos algún día me llamaras para decirme lo mal que te había salido el examen o lo mucho que me echabas de menos o lo que odias la asignatura del lunes por la mañana. Pero tú nunca hiciste nada de eso y a mí lo perfecto me aburre, me cansa, me llega a resultar tan excesivamente tedioso que me alejo de ello igual que he hecho contigo. Me arrepiento de no avisarte porque no hacerlo ha sido demasiado fácil y cobarde por mí parte y tú no merecías algo así, ¿o sí? Sea cual sea la respuesta ya no depende de mí. Ahora sólo eres ese recuerdo que mi memoria selectiva intenta dejar atrás. Bueno eres eso, y tema de conversación en tardes de risa, anécdota que contar en noches de insomnio, broma que surge como si nada cada vez que quiero imitar lo que no quiero ser y personalidad impasible que no logré entender. Todo eso eres ahora … para mí.
Gracia R-
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